Nos hemos acostumbrado a digerir mal

Nos hemos acostumbrado a digerir mal

Son las 10 de la noche y por fin los niños se han dormido, pero todavía queda recoger la cocina... Mañana va a ser un día duro en la oficina, a final de mes siempre pasa lo mismo... Mejor no preparo nada de comer para mañana así no ensucio y me voy a dormir ya. Antes de entrar a trabajar me compraré algo en el super para comer rápido y así aprovecho y compro la cena para mañana y la leche, que no nos queda nada en la nevera...

Vivimos en una carrera constante y a contrarreloj. Rodeados de caos, hacemos las cosas de forma automática y casi sin darnos cuenta porque se nos escapa el tiempo para seguir haciendo otras cosas. Nos acostumbramos a la vorágine del día a día sin prestar atención a muchas cosas, entre ellas nuestra salud.

Como esta forma de vida suele ser un denominador común en la mayoría de los mortales que habitamos la Tierra, normalizamos este estilo de vida y lo que es peor, normalizamos sus consecuencias.

Pero ¡No! No es normal que sean las cinco de la tarde y todavía notes que estás haciendo la digestión, tengas eructos que te saben al bocadillo que te comiste hace tres horas, te levantes con la barriga como una tabla y acabes al final del día como si estuvieras esperando trillizos, que tus cacas tengan trozos de comida o que floten... Tampoco es normal no ir todos los días al baño y que cuando te limpies necesites tres rollos de papel higiénico para poder deshacerte de la plasta que se ha creado en tu interior... Frodo se ensució menos cuando pisó la ciénaga de Mordor.




Sí, este es un artículo escatológico y vamos a hablar mucho de tus cacas... abstenerse aprensivos a no ser que quieran descubrir como serían unas digestiones saludables.

Empecemos primero hablando de cómo deberían ser tus digestiones para así entender qué es lo que no está yendo bien. 

Lo primero que tenemos que saber es que la digestión puede ponerse en marcha incluso antes de que empecemos a comer. Seguro que más de una vez has pasado por delante de una pastelería y ese olorcito a cruasán recién hecho ha hecho que salivaras y que te sonaran las tripas. Esto pasa porque ante estos estímulos (que incluso podrían formar parte de tu imaginación) se activa una parte de nuestro sistema nervioso conocido como nervio vago. A este nervio no lo bautizaron así porque sea un nervio perezoso y holgazán, si no porque deambula por todo nuestro cuerpo (vago proviene de la palabra latina vagus que significa deambular). Nace del bulbo raquídeo, que es la estación de paso entre el cerebro y la médula espinal, y se conecta con casi todos los órganos del cuerpo. Forma parte del sistema nervioso que se encarga de que hagamos las cosas automáticamente, sin necesidad de tener que pensarlas, como la respiración, el latido del corazón, el reflejo de la tos, la deglución, el proceso digestivo... y es el encargado de que nuestro cuerpo pase de un estado activo a un estado relajado. La clave de todo esto que estamos contando es que necesariamente se tiene que dar un ambiente relajado que no impida la activación del nervio vago para que hagamos bien la digestión. Por eso, engullir en cinco minutos el plato precocinado de turno al mismo tiempo que revisamos el informe que nos ha pedido el jefe o estamos limpiando la cocina, no va a jugar a nuestro favor en lo que a la digestión se refiere, ya que estaremos comiendo sin que se esté activando como toca el proceso digestivo.

Otra fase que solemos pasar por alto es la que tiene lugar en nuestra boca con la masticación. Existe una explicación sencilla por la que la masticación ayuda a la digestión de los alimentos: las enzimas digestivas que se encuentran en la saliva, estómago e intestino y que trituran los alimentos, sólo actúan sobre la superficie de las partículas de los alimentos, por lo que la velocidad de la digestión depende por completo de lo pequeñitas que podamos hacer las partículas de alimento (cuanto más pequeñas sean estas partículas, mayor es la superficie donde pueden atacar estas enzimas y más rápida es la digestión). Además, la trituración de los alimentos en partículas muy finas evita la irritación de la mucosa gastrointestinal y facilita el paso del bolo alimenticio a lo largo del tubo digestivo. Los expertos en nutrición recomiendan masticar cada bocado unas 15-25 veces antes de tragarlo y tener una atención plena en el acto de comer.

Por otro lado, la saliva cuya liberación se ve estimulada por los movimientos que hacemos con la masticación pero también cuando está activado el nervio vago (estamos relajados) también cumple un papel importante en todo esto: lavar, arrastrar y eliminar los gérmenes y los restos de alimentos que pueden servir de alimento a estos gérmenes.


Cuando la comida llega por fin al estómago empieza a liberarse una cantidad enorme de ácido que permite que se sigan triturando los alimentos. Además el aumento de ácido que se produce durante la digestión también va a servir como señal para que nuestro hígado y nuestro páncreas liberen su contenido en el duodeno, que es la parte inicial de nuestro intestino. Las sales biliares del hígado y los jugos pancreáticos contienen las enzimas que necesitamos para triturar los carbohidratos, proteínas y grasas en trocitos minúsculos que podamos absorber a través de las vellosidades del intestino. Además el ácido y las sales biliares también se encargan de erradicar todo aquello que no debería entrar por la boca (bacterias, parásitos, virus...) gracias a su carácter germicida. 

La digestión continúa por todo el intestino gracias a la acción de nuestra microbiota. La microbiota, son aquellas colonias de gérmenes (virus, bacterias, parásitos, hongos…) que viven en simbiosis con nosotros. Simbiosis significa que convivimos porque nos aportamos beneficio mutuo. La verdad es que toda esta cantidad inmensa de bichos que viven con nosotros (se han llegado a contar dos microorganismos por célula humana) son unos buenos compañeros de piso, sólo a nivel intestinal se encargan de metabolizar la fibra de origen vegetal que nosotros somos incapaces de digerir y la convierten en productos que nos aportan energía y protegen la integridad de las paredes intestinales; producen ciertas vitaminas; destruyen toxinas y nos defienden de la colonización por microorganismos patógenos. 

Una vez se han absorbido todos los nutrientes que nuestro cuerpo necesita se terminan de formar las heces al absorberse el agua y los electrolitos en el intestino grueso.

Para que el bolo de alimento y las heces se desplacen y puedan ser expulsadas es necesario que se activen unos movimientos de contracción-relajación de los músculos de nuestro intestino. Pues resulta, que otra de las funciones del ácido, que ya nos hemos dejado bien arriba, es la de activar este complejo de migración del bolo. Y así es como se forma el churro perfecto en forma de salchicha y que no nos tiene que costar expulsar.

Curiosamente este movimiento intestinal también se produce en nuestro intestino cuando estamos varias horas sin comer. Lo puedes identificar como ese rugido de tripas cuando tienes hambre y es clave para eliminar los restos de residuos (restos de comida, de secreciones digestivas, células, bacterias y otros microbios) y mantener un ambiente saludable y limpio para que sigan queriendo vivir con nosotros nuestras amigas las bacterias simbiontes. 

 

Por esta razón no deben aparecer restos de alimentos sin triturar en tus heces. Si esto te ocurre muy seguramente no se esté liberando suficiente ácido en tu estómago (y consecuentemente tampoco sales biliares ni jugos pancreáticos) y no se estén degradando bien los alimentos. Lo grave no es que no hagas un "perfect" cuando vayas al baño, si no que esos alimentos que no estás digiriendo tampoco los estás absorbiendo, pudiendo producir problemas de desnutrición en un futuro aunque no te saltes nunca ninguna comida. Otra de las molestias que puede producir la falta de ácido es que las digestiones sean muy lentas y que fermente la comida en estómago produciendo un exceso de eructo y gases.

Que tus heces floten o sean muy pegajosas podría estar indicando que no estas absorbiendo bien las grasas (la grasa flota en el agua) o que se están produciendo muchos gases en tu intestino. La producción excesiva de gases puede deberse a una alteración en tu microbiota o disbiosis. Otro de los signos que nos hacen sospechar de procesos de disbiosis es que se nos va hinchando la barriga a lo largo del día o cada vez que comemos algo, alternamos periodos de estreñimiento con diarrea... 

Además de la textura, el color de las heces también puede ser un claro indicador de nuestro estado de salud.

Las cacas normales suelen ser de color marrón, gracias a la bilis producida por el hígado, que ayuda en la digestión de las grasas. Pero cuando el color varía de forma persistente, puede ser una señal de que algo no va bien. Por ejemplo, si las heces son de color negro o muy oscuro, puede indicar presencia de sangre digerida, a menudo asociada a problemas graves como úlceras o hemorragias en el tracto digestivo superior.

Un color muy pálido o blanco puede apuntar a problemas en el flujo de la bilis, a menudo relacionados con enfermedades hepáticas u obstrucciones biliares. El color amarillo brillante y aceitoso puede significar que no se están absorbiendo correctamente las grasas, como en el caso de la insuficiencia pancreática o la enfermedad celíaca. 

El color verde pálido, por su parte, puede indicar una digestión demasiado rápida, en la que la bilis no ha tenido tiempo de descomponerse, o puede ser un signo de infecciones gastrointestinales o alteraciones en la microbiota. Es importante prestar atención a estos cambios, y si se mantienen durante varios días, vale la pena consultar con un profesional médico.

Otra de las consecuencias que tiene la alteración de nuestra microbiota intestinal es que se acaba dañando nuestro intestino y se genera una inflamación que puede trasmitirse por todo nuestro organismo, incluso llegar a nuestro cerebro. Por eso es muy común que personas con alteraciones intestinales sientan tan bien como una neblina mental y un cansancio que no les deja pensar con claridad. La alteración de la microbiota intestinal también puede relacionarse con alteraciones en tu estado de ánimo, migraña, alteraciones en la piel... 


 

Los principales factores que están detrás de todas alteraciones son: el estrés (recuerda la activación del nervio vago...), el consumo de comida ultraprocesada, alcohol, tabaco, comer muchas veces al día (no activamos el sistema de limpieza de nuestro intestino), comer un exceso de carbohidratos o de proteínas...

¿Qué debemos hacer entonces para conseguir una digestión saludable?

Puedes empezar teniendo en cuenta estos 4 consejos:

Puedes empezar teniendo en cuenta estos 4 consejos: 

  1. Come de forma consciente: dedica atención plena a la hora de comer, no sólo para poder disfrutar de los diferentes sabores y texturas y las emociones que se despiertan, si no también porque comer conscientemente nos permite volver a escuchar sensaciones que también llevamos mucho tiempo pasando por alto como tener hambre y estar saciados. Piensa cuántas veces comes realmente con hambre y no porque es la hora de comer, y cuántas veces paras de comer porque ya estas saciado y no porque ya no queda nada en el plato (o porque para el postre siempre hay hueco...)

  2. Intenta hacer como máximo 3 comidas al día para que pueda limpiarse tu intestino y el resto de órganos que participan en la digestión puedan descansar. Picar entre horas, aunque sean cosas aparentemente saludables (por ejemplo una fruta) no es la mejor manera de tratar a tu tracto gastrointestinal, además de que si picas porque lo necesitas, porque te mueres de hambre antes de que sea la hora de comer, seguramente sea porque no estás siendo capaz de utilizar las reservas de tu cuerpo o que las señales que se originan en tu cerebro no sean de hambre real. 

  3. Elimina de tu dieta toda la comida ultraprocesada que puedas (patatas fritas, bollería, refrescos...). El mejor truco para llevar a cabo este consejo es tener como regla inamovible no comprar este tipo de alimentos, así aunque te mueras por unas patatas jamón-jamón no podrás caer en la tentación.

  4. Cocina los alimentos de la manera que más le gusta a tu microbiota. A las bacterias de nuestro intestino les encanta un tipo de azúcar que se encuentra en los vegetales que se conoce como almidón resistente. Este almidón tiene la característica de que no es absorbible por nuestro intestino pero sirve de alimento a nuestra microbiota, que lo transforma en sustancias beneficiosas para nosotros. El almidón lo vamos a encontrar en alimentos como la patata, el boniato, el plátano, el arroz... pero para volverlo resistente es necesario cocinarlo (180 º) y dejarlo enfriar 24 horas en la nevera.

Busca ayuda profesional en tu farmacia de confianza para poder mejorar específicamente y de forma personalizada cada uno de tus síntomas, ellos te podrán aconsejar los cambios de hábitos y la suplementación que más se adecuen a ti.


Falta de ácido en el estómago